domingo, 12 de abril de 2015

Antón van Leeuwenhoek


Mi nombre es Antón van Leeuwenhoek, nací un 24 de octubre de 1632 en Delft, Holanda. Ciudad de molinos y grandes canales. Provengo de una familia respetada, mis padres fueron fabricantes de cestos y de cerveza. A mi corta edad de 6 años mi padre falleció, por lo que mi madre me envió a un internado, con intención de convertirme en un empleado estatal, pero a mis 16 años me convertí en aprendiz de un vendedor de telas en Ámsterdam, trabajando de contable y cajero en la tienda.
En 1654 volví a Delft, donde me establecí con mi propia tienda de telas y trabaje de conserje en  La Casa de Delft. Luego me case, al tiempo falleció, volviéndome a casar en segundas nupcias tuve varios hijos, muchos de ellos murieron jóvenes algo muy habitual de mi época. Lamentablemente mi segunda esposa falleció dejándome a cargo de mi hija María.
Nací en una época donde aún el hombre europeo no se percataba de su ignorancia, donde a cada problema era atribuido a una entidad maligna. Toda mi vida fui creyente de Dios, pero aun así creía en los hechos, mi sentido común dictaba que la vida procede de la vida. Mis ojos siempre fueron mi guía, mis reflexiones y mi criterio.
Siempre tuve el deseo de investigar ese mundo invisible, algo que iba más allá de lo que nuestro ojo podía ver. Es por eso que al momento de escuchar que había unos lentes que podías fabricar para ver objetos de un tamaño mucho mayor me dedique a visitar tiendas de óptica y aprender lo necesario para tallar mis propios lentes. Aprendí a obtener metales desde los minerales, ocupe oro, plata y cobre para montar mis lentes. Mis vecinos creían que estaba chiflado, por quedarme hasta altas horas de la noche entre mis lentes y crisoles.



Hasta que un día logre crear un lente muy pequeño y biconvexo, casi perfecto. Con él podía ver cosas pequeñísimas con una nitidez fantástica.
Comencé observando fibras musculares de ballenas y escamas de mi piel, iba a la carnicería a comprar ojos de buey y así observar su cristalino. Vi pelos de castor y liebre. Una vez diseque una cabeza de mosca, fue un trabajo difícil, lo inserte en una aguja y quede asombrado con lo que vi. Observe cortes de maderas de diferentes tipos, vi interiores de semillas, logre ver el aparato bucal de una pulga y hasta las patas de un piojo.
Cada vez quedaba más extasiado de las cosas maravillosas que a plena vista nunca podía a ver visto. Siempre fui en busca de más, por eso tuve que ir haciendo cada vez más y más lentes para mis indagaciones, así podía observarlas nuevamente cuando quisiera. Nunca me dedique a escribir mis observaciones, ni dibuje lo que veía, solo lo hacía después de haber visto cientos de veces la misma cosa, idéntica, sin ninguna variación.
En la segunda mitad del siglo XVll se fundó una sociedad llamada “The invisible collage” que buscaba dilucidar extraños asuntos poniéndolos en práctica. Y al llegar Carlos ll al trono, esta sociedad salió del anonimato volviéndose “La Real Sociedad de Inglaterra”. Uno de los hombres de mi pueblo, Rengnier de Graaf, pertenecía a ellos, por su estudio sobre el ovario humano. Aunque soy una persona bastante desconfiada, deje que utilizara mis lentes para observar su investigación. Por lo cual comunico a la real sociedad sobre mis mágicos lentes y mis descubrimientos. Luego les mande una carta, con un lenguaje bastante sencillo sobre mis exploraciones. Durante 50 años mi comunicación con la real sociedad fue continua, siempre contándoles sobre mis nuevas averiguaciones.
En mis tiempos existían simples lupas o cristales con aumento, que lo más pequeño que permitía observar era un acaro de queso. Un día de casualidad con mi lente montando en oro, logre observar una gota limpia de agua de lluvia.  Fui en busca de cristal e hice unos tubos pequeños, y saque agua de lluvia de una vasija de barro, puse un poco de agua en la aguja de mi lente, y grite de la emoción al ver miles de bichitos moviéndose de un lado para otro era mil veces más pequeños que las cosas que haya visto. Fui el primero en ver estos seres subvisibles. A los que llame “animálculos”.
Estos animálculos eran demasiado pequeños y extraños, cada vez observaba tipos diferentes, algunos más grandes que otros, unos más agiles por su cantidad de pies. Eran seres vivos, que se movían de un lado a otro en ese mundo que era una gota de lluvia.
Pero una duda cayó en mí, cuál sería el verdadero tamaño de estos bichos que había encontrado. Saque mis registros y me puse a investigar, hice cálculos aritméticos, a lo que llegue fue que estos animalitos eran mil veces más pequeño que el ojo de un piojo.
Ahora me faltaba saber de donde aparecieron estos bichos, deje mis teorías  sobre lluvias celestiales, y empecé mi búsqueda. Tome un poco de agua de lluvia caído de la cañería y volví a ver estos bichos, entonces podría ser que vivieran en la cañería, no era suficiente información. Entonces tome una plato de porcelana bien limpio, tome un poco en uno de mis tubos, regrese a mi laboratorio y lo he descubierto, estos bichos no vienen del cielo. Tenía que infórmalo a la real sociedad, pero no sin antes observar otros tipos de agua, de canales, de pozos, así poder tener información clara. Les conté que en cada tipo de agua vi los mismos bichos, todos juntos no igualaban a un grano de arena;  también les conté sobre mi nuevo descubrimiento, la pimienta como medio de cultivo, donde estos animalejos o animálculos se reproducían rápidamente.
Ellos comenzaron a creer firmemente en mi trabajo, y respondieron con una carta que pedir le explicara como hice mi microscopio y cual era mi método de observación. No podía creer lo que me pedían les envié registros de mis observaciones y certificados de personas de Delft que habían visto mis animálculos, pero por ningún motivo les diría como fabrique mis lentes. Ese era mi secreto, si alguien quería mirar algo con ellos yo mismo sostenía mis aparatos para que observaran, pero si alguno de ellos llegaba a tocarlos los echaba de mi casa.
Debido a esto la real sociedad envió a Robert Hooke a crear unos lentes parecidos, llegando a concluir que nunca había mentido. Fui nombrado miembro de la real sociedad y me enviaron un diploma de socio, desde ese entonces los serví fielmente el resto de mi vida.
Hasta el día de muerte a los 90 años, les seguía enviando cartas mezcla de charlas familiares y ciencia, pero enviar un microscopio nunca, eso era imposible mientras viviera, muchos de mis mejores lentes no se los enseñe ni a mi propia familia.
Mi curiosidad llego mucho más allá, llegando a observar parte de una sustancia viscosa entre mis dientes, en donde encontré millares de seres vivos en movimientos, unos parecían palitos, otros eran palitos un poco más doblados, otros eran pequeños y sus cuerpos daban vueltas. Éstos mismos después los fui a encontrar en agua potable y hasta en  intestinos de animales, pero en aquel tiempo no me dio por investigar que tanto daño podían causar estos pequeños seres.
Fui un hombre de salud intachable, a pesar de mi gusto por beber un par de copas por la noche y despertar con un malestar por las mañanas, nunca quise ir a un médico, que podían saber ellos si nunca han visto ni la milésima parte de lo que constituía al organismo como yo lo había visto. Solo bebía tazas de café caliente para romper en sudor. Pero un día después de tomar mi café decidí sacar de la sustancia que se creaba en mis dientes para ver qué pasa con mis microbios que había observado anteriormente, sorprendido vi a todos estos seres muertos, sin movimiento alguno. Tome otro poco de este sarro lo mezcle en agua de lluvia y lo puse al calor igual que al del café, y nuevamente murieron todos. Era el calor lo que los eliminaba.
Los siguientes años seguí con mis indagaciones gracias a la  calidad  instrumentos, unida a mis grandes dotes para la observación, posibilitaron que realizara descubrimientos de vital importancia, entre los que se cuentan la identificación y catalogación de los protozoos, bacterias, infusorios, glóbulos de la sangre, espermatozoides y otros.
Fui considera uno de los más famosos miembros de la real sociedad aparte de, Roberto Boyle e Isaac Newton.
Nunca quise ser maestro, no quería someterme a esa esclavitud, quería ser un hombre libre. Nadie sería capaz de seguir mi trabajo porque para eso se necesita de tiempo ilimitado, gastar dinero sin preocuparse de lo que se ganara. Soy considera el primer cazador de microbios.
En 1723, a mis 91 años, en mi lecho de muerte hice enviar una carta, pasada a latín, a la real sociedad en Londres terminando de cumplir así mi promesa de hace 50 años

No hay comentarios.:

Publicar un comentario